Le van a preguntar si acepta una transfusión. Por la religión, su esposa la había rechazado.
19/05/12
Pablo Albarracini es Testigo de Jehová y recibió seis balazos en un intento de robo. Sobrevivió y, sin saberlo, quedó en medio de una guerra entre su papá y su esposa. Desesperado por salvarlo, su papá pidió a la Justicia que autorizara la transfusión de sangre –que la religión prohibe– que ordenaron los médicos. Pero la esposa de Pablo, también Testigo de Jehová, logró impedirlo. Pablo quedó en el medio sin saberlo porque pasó dos semanas en coma farmacológico. Pero ayer se despertó. Ahora, su papá juega su última carta: quePablo vuelva a hablar, revoque las directivas que él mismo firmó y acepte recibir sangre ajena.
En marzo de 2008, Pablo firmó un formulario que exigen los Testigos de Jehová –una religión que prohibe “comer sangre”– para entrar a la congregación. Completó los casilleros que dicen “rechazo todos”: transfusiones, reanimación e incluso un asterisco que sugiere que, en caso de estar hospitalizado, no elija como representante a un médico ni a nadie que pudiera convencerlo de aceptar sangre. El papel tiene la firma de un escribano y es el arma que el miércoles su esposa llevó a la Clínica Bazterrica para impedir la transfusión.
Aunque Jorge, su papá, cuestiona la validez de ese papel, la Justicia consideró que Pablo dejó “directivas anticipadas” que deben respetarse. “Pero la ley dice que sólo el paciente puede revocar su decisión. Por eso estamos esperando que los médicos nos autoricen a preguntárselo. Si lo hace, la voluntad que dejó por escrito queda anulada”, explicó a Clarín Mariana Gallego, su abogada. Ayer Pablo comenzó a mover los ojos ante ciertos estímulos, por eso saben que los escucha. Pablo está en terapia intensiva y sólo lo visitan los dos “soldados” de esta guerra: su esposa y su papá. En esa sala se librará la batalla: quién de los dos podrá convencerlo.
El caso convulsionó ayer a los medios. No fue el primero: en febrero del año pasado un joven rosarino que había sufrido un accidente en moto murió porque su esposa se negó a que recibiera sangre. Los médicos le habían dicho a su hermana que con una transfusión le habrían dado el alta. En abril, otro Testigo de Jehová de 67 años murió por lo mismo: necesitó sangre por una falla del sistema circulatorio y su familia se negó.
Ayer, en la radio y en la televisión, oyentes y conductores coincidían: consideraban que anteponer los dogmas religiosos al momento de salvar una vida era una locura. Lo cierto es que en el fallo, la Cámara basó su decisión en el papel que Pablo firmó, no en los motivos que lo llevaron a hacerlo.
“Se trata de aceptar la autonomía. El no quiere suicidarse sino que respeten su voluntad. Acabamos de aprobar una ley de muerte digna: si siempre primara la vida y no vamos a aceptar que haya personas que decidan rechazar un tratamiento, no estamos aceptando su autonomía”, opinó Florencia Luna, investigadora independiente del Conicet y directora del área de bioética de FLACSO. “Se supone que ha sido una decisión meditada. Tal vez, lo que para unos significa salvarlo para sus preceptos religiosos, signifique condenarlo”.
Roberto Battellini es jefe de cirugía cardiovascular del Hospital Italiano, donde tienen un “recuperador de sangre” que sirve para operar a los Testigos de Jehová. La máquina no da sangre ajena sino que permite recuperar la que el paciente pierde en una operación. “Respetaría sus directivas aunque muriera como quisiera que respetaran las mías. Si fuera menor sería discutible pero si firmó su voluntad a los 32 años, no”, opinó.
¿Qué pasaría si Pablo no recibe una transfusión? “Tiene la mitad de hematocritos que alguien sano. Eso significa que los vagones que transportan el oxígeno están críticamente limitados. Si está tan anémico, con el cerebro traumatizado por la pérdida de masa encefálica y encima con baja oxigenación, su evolución se puede entorpecer seriamente”, señaló Alberto Alves de Lima, cardiólogo del Instituto Cardiovascular de Bs. As. El también cree que la palabra del médico dejó de ser “santa” y deben respetar la decisión de los pacientes. Pero reconoce, “a veces da impotencia”.
Fuente: Clarín.com
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